10/7/10

Felicidades, Maestro

Hoy es día 10 de julio... y no es un día corriente. Al menos, no para mí. Dejando aparte el hecho de que, evidentemente, es sábado, hoy es una fecha muy especial. Y es que resulta que cumple años el mayor ídolo que puedo tener en este mundo: mi adoradísimo Tilo Wolff. Y, claro, cómo no, yo tengo que dedicarle la pertinente entrada de blog (que para eso está, al fin y al cabo) a este evento.
Podría decir muchas cosas. Podría decir cosas que ya se saben (que lo quiero muchísimo, y tal) y podría desearle simplemente un "feliz cumpleaños". Pero mejor que eso, me gustaría animar a Tilo (aunque sé que él jamás leerá esto) a seguir adelante pese a las críticas. A, como él mismo nos enseñó en "Stolzes Herz", sentirse orgulloso de quién es, y nunca arrepentirse de sus pasos. Porque, después de todo, un año es sólo un año, pero en él pueden pasar muchísimas cosas, ya que, además, este año también es el "cumpleaños" de su más ambicioso proyecto, Lacrimosa, que si ha llegado tan lejos ha sido gracias a su esfuerzo personal y su empeño.
Y qué más se puede decir, de un hombre con evidente talento del que no se pavonea- cosa que lo hace aún más admirable, si es posible. Un hombre elegante, sencillo, rodeado por un no-sé-qué indescriptible, un aura de misterio que lo acompaña donde quiera que vaya.

Tilo, podría limitarme a felicitarte, pero eso sería lo más fácil, y a mí nunca me ha gustado tomar el camino más corto. Por eso, me gustaría impulsarte a que sigas siendo quien eres y que nunca cambies. Y que tu música siga acompañándonos durante muchos años más, en la soledad, en la tristeza, en la alegría, en el optimismo de un día radiante, en la dulce melancolía de la lluvia, en la noche oscura y en el día soleado, ya sea a través del lamento de los violines o del rugido de las potentes guitarras, en estos momentos siento que estás conmigo y que me acompañas y me consuelas cuando lo necesito. ¿Cómo no adorarte, entonces? Si llegaste en un momento en que mi vida estaba en tinieblas, en que la confusión se adueñaba de mi corazón y la niebla que cubría mis ojos me impedía ver... pero tú, y sólo tú, pusiste un rayo de luz (o de esperanza, si quieres) y me enseñaste a comprenderme a mí misma. A entender mis sentimientos.
Por todo, muchas gracias, gracias que nunca me cansaré de darte.

Y felicidades, Maestro.

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