Hoy he recibido la carta del concurso: no he ganado, pero no importa, porque para saber ganar, primero hay que aprender a perder.
De todas formas, he querido dejar aquí el relato en cuestión, no sin antes explicar un poco de qué trata:
Hay dos personajes principales: la figura del músico alemán, un alma torturada que sufre horribles pesadillas por las noches que le impiden conciliar el sueño; pesadillas que precisamente constituyen la base de su arte, aquello que le impulsa a escribir música. Por otro lado, una joven admiradora del músico que prácticamente necesita de su música para vivir, para aislarse de todo lo malo que la rodea... porque ella vive encerrada en una poderosa oscuridad.
Sin más dilación, dejo aquí el cuento esperando que lo disfrutéis:
Era de noche. Noche azabache sin luna, noche sin cielo y sin la breve luz del día que se oculta, travieso, esperando que llegue el turno de su gobierno; noche de cementerio macabro emplazado en las afueras de una urbe ruinosa. Eso fue lo primero que pensé. Pero no se trataba de una noche clara y distinta- porque en la madrugada siempre hay un halo tenue de brillo de estrellas-, sino de una oscuridad difusa que se extendía por doquier, como una negra niebla misteriosa que temblara en el ambiente, durmiendo y a la vez desplazándose lentamente. Además, no había suelo, paredes, montañas, agua, ni ningún otro soporte físico. Como la nada. Allí, en mitad de aquel silencioso vacío, me hallaba yo sumido en el mismo mutismo mirando en derredor esperando encontrar algo. ¿Qué, si no había nada, nada más que yo mismo? El espacio que mis torpes ojos podían abarcar era realmente reducido, si es que puede hablarse de espacio, ya que todo lo dominaba esa angustiosa laguna umbría. Me movía por allí con pasos inseguros, avanzando con cautela y explorando cada resquicio de aquella insondable negrura, sin encontrar ni el más mínimo índice de luz. En aquella situación de atopía total, comenzaba a sentir nostalgia de las cosas a las que estaba acostumbrado en el mundo corriente, e imaginaba con terquedad objetos por todas partes, obstinándome en poner materia donde era imposible que la hubiese.
Conforme me fijaba en aquella penumbra indefinida que me inquietaba sobremanera, me parecía que lo que me rodeaba se iba ensanchando, y que yo a mi vez me iba haciendo cada vez más pequeño. Por supuesto, todas mis fantasías vanas se habían esfumado entre ingentes columnas de negrura, evaporándose como el humo. Horribles, crecían las sombras de la quimera que era aquel no-lugar, devorándome entre elevados muros transparentes que se abovedaban sobre mi cabeza. Llegó un punto en el que las tinieblas que se cernían sobre mí como gigantescas amenazas flotantes llegaron a aterrarme; Desesperado, buscaba algo en la ausencia del Todo que me rodeaba, sin obtener más resultado que las carcajadas siniestras de la oscuridad burlona. Quise cerrar los ojos, ignorar que estaba allí; me hinqué de rodillas y lloré desconsoladamente, reprimiendo gritos de angustia y miedo. Quería encogerme… me asustaba esa noche eterna de carbón, me debilitaba su supremacía invisible. Y sobre todo, añoraba esas invenciones que mi mente había puesto allí. Entonces vi, en mi desolación, cómo unas sombras plásticas, pegajosas y amorfas me rodeaban, consumiéndome en ese vacío del que trataba de huir. Me agarraban con fiereza, me arrastraban, y yo gritaba, y luchaba por zafarme de ellas, y caí, caí empujado por ellas al precipicio. Eran las sombras de mi soledad.
Desperté respirando con violencia y aún horrorizado por aquella nítida visión mental. Intenté calmarme, dormir un poco, pero me fue imposible. Esa pesadilla, esa pesadilla que se repetía una y otra vez desde hacía tantos años, no dejaba de dar vueltas en mi cabeza, atormentándome con sus calladas amenazas y me impedía conciliar el sueño; las sábanas ya se habían acostumbrado a mis vueltas y mis terrores sin número. Quería cerrar los ojos con fuerza y pensar en cosas agradables pero, si lo hacía, volvía a verme a mí mismo cayendo en ese oscuro vacío, aferrándome desesperado al último resquicio de vida que se desvanecía.
Noches en vela. Imaginando febrilmente que tarde o temprano ellas, las sombras, me alcanzarían; las horas de sueño se marchaban despacio, muy pesarosas, y sin yo dormirlas ciertamente. Y en mi insomnio, me torturaban todas esas ideas horribles personificadas en mis pesadillas, me martilleaban constantemente el cráneo, y en el corazón, una inmensa congoja crecía enraizada en mi desesperanza.
En esos momentos sabía que únicamente una cosa podía hacer para aliviar mi terror. Corría con premura hasta el piano y me sentaba ante él, y ante él y con él purgaba todo mi desasosiego, dando paso mi ansiedad a melodías que expresaban todos mis oscuros sentimientos; y tan pronto como llegaba, esa inquietud se atenuaba entre rítmicas y melancólicas cadencias reflejos de mi alma asustada; era algo casi mágico. Cómo mis dedos temblorosos se deslizaban por el teclado recorriéndolo y creando aleatoriamente azarosas combinaciones de notas en las que se plasmaba mi horror nocturno, cómo casi ni respiraba mientras sometía al piano a la misma tortura a la que me sometían a mí esos sueños infernales, aunque amándolo, siempre amándolo por encima de todo. Y cuando sentía que había sido suficiente para dejar atrás la tormenta de desasosiego y pulsaba la última tecla, escuchando en el silencio de la noche desaparecer poco a poco esa nota, esa nota final, me quedaba muy quieto y volvía a cerrar los ojos, pero ahora no veía sombras tenebrosas acosándome. No. Todo había quedado en esas notas fugaces y con ellas se había marchado. Mas no para siempre.
Luego sentía la necesidad de poner letra a esa melodía, una letra que expresara lo que yo había experimentado y que, acorde con la música, creara una sinfonía única, no llena de notas vacías y frías, sino de acordes vivos e impresos del calor de mi mismo espíritu. Un poema emocional y sencillo para el que escogía palabras apropiadas que ayudasen a mi alma a expulsar toda la desazón que en ella había. Aquella vez recuerdo que sentía un fuerte deseo de imprimir todo lo que me agobiaba interiormente, y buscaba un solo vocablo que resumiera ese cúmulo de sentimientos. Mis manos se esmeraban más que nunca en el piano porque la soledad que había vislumbrado en mi sueño me afligía poderosamente y, al borde del éxtasis, del paroxismo artístico- si es que esto existe-, mis labios susurraron una palabra: Sehnsucht. Me detuve asombrado por mi hallazgo, con la cabeza inclinada hacia delante, percibiéndolo todo claramente. Anhelo era la respuesta. Anhelo de dejar atrás esa soledad, de vengarme de mi propio dolor y anhelo de encontrar la luz entre las tinieblas de mis pesadillas. Anhelo.
Y así comencé a trabar una historia, la mía, a través de la música inspirada por esos sueños que me prohibían el descanso necesario, pero que a la vez derivaban en el ingente placer que para mí suponía la música, en esa búsqueda de la belleza y de mi calma que para mí representaba componer y crear. ¿Debo estarles agradecido? No lo sé. No puedo ni quiero saberlo… quizás sin ellos nada habría sido lo mismo, y quizá nunca habría podido descubrir mi gran pasión, que no es realmente tal, sino mi vida, pues eso es para mí la música. Quizás hubiera podido dormir relajado sin ellos, pero desconocería la delectación de ese arte sublime; decididamente, prefiero mi insomnio, mis largas noches en vela y mis pesadillas terribles antes que renunciar a lo que amo por encima de todas las cosas.
Y es que resulta paradójico, si lo pienso. Lo que anhelo realmente no es librarme de esa oscuridad maldita que se manifiesta en sueños, de esa soledad que me apresa y consume, sino precisamente que permanezca ahí porque, gracias a ella, soy quien soy.
Por una vez, quiero sonreír ante esta reflexión, aunque sea una sonrisa falsa. Claro, acabo de recordar que todo es mentira y que no puedo confiar en nadie más que en mí mismo. Puedo parecer un poco radical, pero cuando alguien ha recibido tantas críticas y ha sufrido tanto como yo el mundo se vuelve tan ténebre y vacío como el abismo de mi pesadilla. Bueno, sí, puede que haya sufrido sólo en sueños (o también puede que no), mas ¿qué es la vida, eso a lo que llamamos realidad sino un prolongado sueño del que únicamente despertamos cuando llega el momento de la muerte? Recelo de todo y de todos; no obstante, aún me tengo a mí, a mi eterna soledad, y a mis sueños.
Mientras debato conmigo mismo todas estas cuestiones, mi índice cae sobre el teclado, como si asintiera positivamente a mi afirmación. Y una vez más, me pierdo en los recónditos caminos de mi evasión personal.
* * *
«¡Tú estás ciega y sorda, y no quieres ver ni escuchar!», le increpó casi con crueldad patente en la voz, «¡No quieres escucharme a mí, que sólo deseo tu bien! ¿Es que no ves que no puede ser buena tu obsesión?»
Ella se encogía, presa en parte del miedo que le transmitían sus palabras, temblando débil y sumisa ante el poder irrefutable de su castigo. Pero no debía dejarse manipular de esa forma, ni siquiera por su madre. Y si tenía que gritar, gritaría ella también. Así que, por un momento, se encerró dentro de sí misma, desoyendo la terrible reprimenda que estaba recibiendo- reprimenda, por cierto, injustificada-, recordando un estribillo tan querido y lejano, y se hizo fuerte.
«¡Eres tú la que no quiere escuchar! ¡No entiendes, por mucho que trate de explicártelo, lo que siento! ¡Es que para mí no es música, es parte de mi vida!»
«Y todo eso es tan absurdo», prosiguió la madre ignorándola, «llevas años recluida, escondida en una identidad lóbrega alejada de tus compañeros… diciendo que detestas lo que te rodea- ¿por qué?- y ahora alegas que esa música que llamas hermosa te ayuda, y pasas horas y horas sumida en un profundo estado contemplativo, suspirando por un nombre, sin ninguna otra referencia… ¿Es que no es preocupante?»
¿Preocupante? Ahora sí que se había sobrepasado. Se levantó llena de furia y acometió en defensa propia.
«¿Preocupante? ¿Llamas preocupante a ser diferente al resto? ¿A no conformarme con lo que me ofrecen y optar por una alternativa, a hacer uso de mi libre albedrío y seguir mis inclinaciones naturales? ¿A eso llamas preocupante? ¿A que pase horas y horas como dices escuchando esa música porque realmente me ayuda?». Y no pudo seguir hablando. Con los puños crispados y los labios tensos de la rabia que sentía, dio media vuelta y se marchó tan deprisa como pudo, obviando los gritos de su madre que la invocaba, del mismo modo que ella había hecho caso omiso de sus palabras.
Era la gota que colmaba el vaso, ya no podía más. Ella no buscaba ser una rebelde ni mucho menos, sólo no estaba conforme con lo que el mundo le ofrecía y buscaba una vía optativa… llevaba, eso era cierto, muchos años sumergida en una profunda oscuridad de la que nada ni nadie había podido sacarla. Sufría una especie de mal du siècle que la había distanciado gradualmente de todo aquello que los demás asumían directamente sin plantearse siquiera por qué lo hacían. Y ¿por qué lo hacían?, esa era precisamente su pregunta; ella siempre se cuestionaba todas esas cosas y prefería pensar en trascendentalismos antes que en banalidades, lo cual habría sido lo más propio. Ya estaba acostumbrada a que la llamaran rara y cosas similares sólo porque su perspectiva de la belleza no era la misma que la del resto de los mortales. ¿Y qué? Y ahora que por fin había encontrado refugio en la música, tenía que estropeárselo ella. Es que no lo comprendía. Más que simple música, como la entiende la mayoría, era su razón de ser, casi necesaria para vivir. Tan profundas eran las emociones que le transmitía que llegó a pensar en incontables ocasiones que, por un azar del destino, hubiera sido compuesta exclusivamente para ella, algo que sonaba inverosímil pero que ella creía con total convicción. Estas reflexiones de lo antiguo, lo que llevaba con ella desde que pudiera recordar o desde que tuviera edad suficiente para plantearse ciertos problemas, se mezclaban con la particular circunstancia de ese día concreto en el que la habían destrozado por completo de nuevo, y no sería la última vez.
Se sentía frustrada por no saber imponer su criterio y huir de esa manera; era una cobarde, al fin y al cabo. No había sabido enfrentar su destino y, como siempre que algo la atacaba, se escondía amargamente, sola, callada, a la espera de que pasase la tormenta. Pero esa vez no sólo se hallaba impotente, sino que la dominaba una cólera interior que amenazaba con explotar en cualquier momento. Le daba miedo no poder controlar su ira... ya había gritado, pero no había sido suficiente. En su alma aún quedaban muchos fantasmas de odio profundo, así que, para serenarse, decidió volver a escuchar esa pieza particularmente bella. Era ya casi de noche, justo la ocasión propicia, y auguraba aquélla ser una noche bastante especial. Noche sin luna y sin estrellas, una de estas noches misteriosas sin cielo que parecen salidas de algún sueño infernal. Ella nunca temió a esas noches; no sabía exactamente por qué, pero tenía con ellas una suerte de afinidad especial, y nunca pudo evitar mandarles una sonrisa.
Estaba sola, pero espiritualmente se sentía acompañada. Hacía frío, pero un calor muy poderoso comenzaba a embargarla poco a poco en el lecho donde yacía, hipnotizada una vez más, evadida de la cruel realidad, porque era como si esos violines que lloraban lastimeros estuviesen allí con ella, rodeándola, consolándola, sintiendo con ella sus penas y padecimientos. Muy poco le bastó para olvidar todo el rencor e imaginarse en otro lugar muy lejano, consumida por la excitación y el sentimiento pero al mismo tiempo calmada.
Y conteniendo una lágrima y un escalofrío, se vio inmersa una vez más en las sombras, esas eternas cómplices suyas; las sombras de su corazón, pero también las sombras de las pesadillas del músico que durante ese crepúsculo- ella lo sabía con toda certeza-, estaba a su lado. Las sombras de la noche.
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